viernes, 7 de diciembre de 2012

Delito y criminalización

“Culpables de ser pobres” dirían por ahí. Y es interesante la palabra “culpable” al comienzo de la frase, pues “culpable”, ¿culpable de qué? Como si de antemano se asumiera un carácter innato tendiente a la culpa, al crimen. Pero entonces, ¿qué será primero? ¿el delito o ser criminalizado? ¿ser criminalizado o ser discriminado? ¿ser discriminado o ser pobre,? ¿Qué da origen a qué?
El Diccionario Jurídico Chileno define Delito como toda acción u omisión voluntaria penada por la ley. Para que se pueda cometer un delito, es necesaria la existencia de una norma jurídica dictada a priori, que amenace con una sanción fija a un ejecutor de un delito y así evitar que éste ocurra. En otras palabras, la norma jurídica no prohíbe conductas, sólo amenaza con ser penado por la ley quien tenga la osadía de no respetarla. De este modo, ante sólo amenazas y promesas de castigo, parece no ser raro que sujetos abusen y manipulen a su antojo la ancha brecha entre conducta judicialmente reprobable y la sanción en sí, contemplando delitos tan evidentes como robos a mano armada hasta delitos de cuello y corbata entre grandes empresarios.
Pero, ¿por qué sólo le atribuimos el carácter de criminales a sujetos, jóvenes, de los sectores populares? ¿Efectivamente cometen delito? Según Merton (1957) todo pareciera indicar que sí. Inmersos en un una estructura social y cultural, estos jóvenes populares, al igual que todos los miembros de una estructura social, responden al alcance de Metas; vale decir propósitos, intereses y/o aspiraciones. Sin embargo, el problema no radica ahí, sino en el cómo se alcanzan dichas metas. Se presume que los jóvenes de los sectores populares, sumergidos en un halo anómico, no se apegarían a los modos aceptables de llegar a dichas metas, por lo que rechazarían instituciones y reglas que establecen los procedimientos aprobados para alcanzarlas, ejecutando procedimientos no legítimos para poder alcanzarlas. Asumiendo de forma literal que “el fin justifica los medios”, se establece una relación esquiva hacia las normas reguladoras, apoderándose de las normas técnicas y de eficiencia para alcanzar las metas propuestas; considerando válidas las prácticas de fuerza, fraude y poder.
A la inestabilidad social que surge a raíz de esta selección de procedimientos eficientes y fuera de norma es a lo que Durkheim llamó Anomia.



El video muestra un suceso ocurrido el 11 de septiembre de este año en que un funcionario de carabineros falleció al defender un supermercado en Quilicura. El contexto en la que se enmarca éste acontecimiento es en un sector de bajos recursos y en que las personas viven hacinadas en viviendas sociales. En una parte del video, el entrevistado dice : “... la gente responde con violencia cuando se le ataca con violencia”, complementado con lo anterior, entre líneas se puede hacer una lectura de que esto es causa de las políticas sociales que son ineficaces para el desarrollo de los sectores populares y de las personas que quieren ascender y salir del círculo de la pobreza, y que por lo mismo, la gente responde así, desafiando los procedimientos establecidos para alcanzar determinada meta social, pues se sienten ultrajados, presos en sus propias casas, presos de sus propias vidas. Un joven afirma en el video "Llegan así como que la calle es de ellos; pueden hacer cualquier cosa, como están de día y ellos se hacen como los dueños de la calle, pueden tomar a cualquiera, hasta un niñito de diez años. Entran y revientan y sacan datos no más, datos de, preguntando quién fue...". Las propias autoridades no tienen reparos al criminalizar a estos sectores. El joven de la entrevista alude a los carabineros y su actuar déspota, los cuales asumen de antemano la culpabilidad de estos sectores y sus implicancias en delitos cometidos, exigiendo y reclamando por explicaciones a quienes cuyo único gran delito es nacer en la pobreza.



Como vemos, problema que surge aquí es un loop entre prejuicios y conducta anómica, es decir, si el joven recurre a prácticas no legales para alcanzar sus metas de estatus y reconocimiento, es porque la vía correcta y legal se le es negada. Abundan en el colectivo los pensamientos del tipo “el pobre es pobre porque quiere (...) porque es flojo”. Y quién no lo dice a viva voz pareciera coincidir en silencio, sin discrepancia alguna, con tan superflua afirmación.



En esta realidad expuesta, claramente el problema no radica en que el pobre es pobre, ni por gusto ni por holgazán, el pobre es pobre porque nosotros lo empobrecemos y le atribuimos culpas que originalmente tienen raíz en nuestros errores: como criminalizar al sector popular y como en atribuir falsa imagen de delincuente al joven de menor recurso. Si se ha de generalizar este foco de calumnias prejuiciosas y estereotipadas, cómo se espera que el sector popular surja? Quién contrataría a un potencial delincuente? Y si nadie lo contrata, cómo esperamos que se alimente? aún así después se le culpa por delinquir como última alternativa que tiene para sobrevivir, aún cuando nosotros mismos, como sociedad, los hemos orillado a actuar así: coartándoles la posibilidad de trabajar con un sueldo que pueda cubrir algo más que las necesidades básicas y no tener que promover una empresa familiar en que tanto los adultos como los niños deban dedicar su vida a trabajar, contribuyendo así a la lamentable deserción escolar y al limitado campo laboral al que la falta de estudios conduce.


Hemos aquí presenciando un problema social, y no es la delincuencia con autoría de jóvenes populares, no. Aquí hay un problema de no reconocimiento mutuo, un intento fallido de integración social coartando las instancias de socialización al sector marginado, a las juventudes, y a la población popular en general, evitando que éstos puedan realizarse con condiciones óptimas de recursos y oportunidades para salir adelante. Hay una carencia significativa de distribución equitativa de bienes, cuyas desigualdades de estatus, sumadas a la falta de oportunidades, se convierten en una especie de sopa primordial que más temprano que tarde desencadena una gran explosión anómica que se transmite de generación en generación y sólo se amplifica pasándose de boca en boca, como discurso malintencionado que relega a la exclusión a quienes más apoyo social necesitan, a quienes las autoridades criminalizan y a quienes los medios de comunicación estigmatizan.

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